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Cómo nos timan con los 905
Llamar a uno de esos concursos de TV que dan como premio dinero en metálico al contestar una pregunta de perogrullo es una tentación para los incautos. Pero en lugar de ese supuesto dinero fácil, suelen llegar desagradables sorpresas en la factura telefónica. Vienen siendo ya miles los casos de personas que reconocen haber hecho una llamada tras la cual se les cobran cientos de comunicaciones por otroscientos de euros.
Se trata de una estafa que se realiza por el uso fraudulento de las líneas telefónicas y de un prefijo en particular, el 905. Si bien ya existían desde hace años, estos concursos se han multiplicado desde la implantación de la TDT. A falta de contenidos televisivos, los nuevos canales se han cubierto con docenas de formatos similares: un presentador insiste a los ingenuos espectadores a que marquen el 905 en cuestión para responder la estupidez que corresponda. Los memos que muerden el anzuelo pueden quedarse pegados al aparato en su intento por participar, pues la mecánica es farragosa y de imposible comprensión. El espectador que quiera dar una respuesta debe entrar en un supuesto sorteo que puede depender del número de llamadas o de cualquier otra cosa. Además son espacios que se anuncian como si fueran en directo, pero suelen ser grabados previamente. Hasta la OCU ha reconocido que estos programas son un fraude y un atentado a la inteligencia. Se trata de una estafa flagrante tolerada por la Secretaría de Estado de Comunicaciones que no hace el menor amago de intervenir debido a lo mucho que les beneficia que sigan funcionando.
Además de las productoras y canales televisivos, Telefónica y el resto de operadores reciben 12 céntimos por llamada y Hacienda se queda con otros 30 en concepto de IVA. Las operadoras no pueden, aunque así lo solicite el cliente, restringir las llamadas salientes a los números 905, cosa que si es posible hacer con otros prefijos de tarificación adicional. Estos números son los que comienzan con los prefijos 803 (para los contactos personales y servicios para adultos en general), 806 (ocio y entretenimiento, concursos de TV, tarot) y 807 (servicios profesionales, médicos, compañías aéreas).
Las productoras desvían sus programas a números que empiezan por 905, menos regulados y controlados que los 806, que corresponden a concursos. Es lo que suele llamarse un vacío legal, en particular por quienes ningún interés tienen en que se regule. Las telefónicas se lavan las manos, el gobierno y las cadenas también. Pero todos mienten como putas. Las telefónicas sí pueden bloquear el número, como hacen cuando un cliente insiste o amenaza con demandarles, el gobierno debería considerar los 905 como números de tarificación adicional, pues ese es el uso que se les da en los concursos, y las cadenas utilizan un prefijo cuando ya existe otro.
Los 905 también son utilizados para otros timos con mecánicas similares vía móvil: clientes de telefonía reciben mensajes del tipo: “Has sido seleccionado para un premio, etc”, o “tienes un mensaje de voz, para escucharlo llama al número tal y tal…” Ante este tipo de abusos debemos andarnos con mucho ojo y prestar especial atención a los niños y ancianos, porque el cebo de la facilidad de las respuestas constituye un riesgo mayor para las personas más vulnerables y menos formadas o habituadas a las nuevas tecnologías.
La mano visible del mercado invisible
Sin telebasura no hay democracia
Hoy en día, la democracia sin telebasura no parece posible, porque el público es funcionalmente analfabeto. Los informes de hábitos de lectura y compra de libros en España que realiza cada año la Federación de Gremios de Editores, vienen a dar invariablemente un 40-50% de la población que no lee nunca o casi nunca. En una sociedad como la nuestra, la máxima expresión de democracia que se puede concebir está en que la televisión múltiple haga posible que podamos elegir entre 24 programas distintos de cotilleo. Ante todo variedad: pura democracia, ciertamente.
La borrachera de Bukowski en «Apostrophes»
“El viernes por la noche tenía que salir en un conocido programa, televisado para todo el país. Era un programa de entrevistas de carácter literario que duraba noventa minutos. Pedí que me proporcionaran dos botellas de un buen vino blanco en la tele. Entre cincuenta y sesenta millones de franceses vieron el programa. (…)
Mi primera afirmación fue:
—Conozco a muchos escritores americanos importantes a los que les gustaría estar en este programa. Para mí no significa gran cosa. (…)
Después empezó a hablar una escritora. Yo estaba bastante borracho y no estoy muy seguro de qué escribía, pero creo que era sobre animales, la señora escribía historias de animales. Le dije que si me enseñaba las piernas un poco más podria decirle si era una buena escritora o no. (…)
Exijo ver a unas bailarinas de cancán, pero me llevan de vuelta al hotel con la promesa de más vino.”
(Charles Bukowski, «Shakespeare nunca lo hizo»)