Islandia deroga una ley que permitía matar vascos

Un comisario creó hace 400 años una ley que ordenaba matar a 32 balleneros vascos a los que se acusaba de ser invasores. La norma siguió vigente hasta ahora

Islandia deroga la ley que permitía matar vascos

ÓLAFUR ENGILBERTSSON, ICELAND REVIEW
Memorial dedicado a los 32 balleneros vascos asesinados

En 1615, 32 balleneros vascos fueron asesinados en la zona de los Fiordos del Oeste, en lo que se conoce en la isla como el mayor asesinato en masa de esa región.

La orden que dio pie a esa ejecución había seguido vigente hasta el 22 de abril, cuando el comisario Jónas Guðmundsson derogó la ley que permitía matar vascos.

«Por supuesto que es más por diversión; hay leyes en Islandia que prohíben matar vascos», comentó Guðmundsson. Cuando le preguntaron si había notado un aumento de turistas vascos desde que la ley fue deregoda respondió: «Al menos es seguro para ellos venir ahora».

El diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, estuvo presente en la ceremonia de la derogación de la ley junto con el Ministro de Educación y Cultura de Islandia, Illugi Gunnarsson.

Entre los presentes también estuvo Xabier Irujo, descendiente de uno de los balleneros asesinados, y Magnús Rafnsson, descendiente de uno de los islandeses que mataron a los vascos, como símbolo de la reconciliación de ambas partes.

La masacre de los balleneros es conocida en Islandia como «El Asesinato de los Españoles» y se remonta a 1615, cuando estos instalaron una estación ballenera en el distrito de los Fiordos del Oeste.

Islandeses y vascos tenían un acuerdo por el que ambos se beneficiaban de la empresa instalada en la zona, pero cuando los vascos estaban preparados para marcharse una tormenta les hizo chocar con las rocas. La mayoría sobrevivieron y pudieron marcharse a España.

Al mes siguiente, después de un conflicto con los habitantes de la zona, los balleneros vascos que se habían quedado allí fueron asesinados siguiendo la orden dada por las autoridades. Solo una persona logró escapar.

Tras el asesinato de los balleneros, la ley siguió vigente, generación tras generación, hasta que finalmente el 22 de abril se derogó.

Corsarios del siglo XXI

Muchos de los actuales paraísos fiscales fueron colonias británicas y antiguos refugios de piratas: Islas Caimán, Islas Mauricio, las Seychelles, las Bermudas o el mismo Gibraltar. Los Hawking, Drake, Morgan repartían sus botines y entregaban una parte a la corona de Inglaterra a cambio de protección, pues eran súbditos con patente de corso, corsarios. Hoy las grandes fortunas evaden su dinero del fisco en los mismos enclaves que sus parientes del XVI y XVII. Y también a cambio de amnistías fiscales y acuerdos, entregan una parte del producto de sus fechorías a la Hacienda de los Estados.


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El mito de la piratería inglesa: menos del 1% de los galeones españoles fue apresado

La literatura y la propaganda anglosajona han exagerado los episodios de una guerra que ganó España. Entre 1540 y 1650, de los 11.000 buques que hicieron el recorrido América-España solo se perdieron 107 a causa de los ataques piratas

La historiografía inglesa ha insistido en repetir que la actividad pirata fue un constante quebradero de problemas, con corsarios de la bajeza moral de Francis Drake o John Hawkins a la cabeza, para el traslado del oro, plata y otras mercancías del Nuevo Mundo a España. Así, según la imagen todavía presente en el cine y en la literatura, Felipe II y el resto de monarcas españoles de la dinastía Habsburgo terminaron desesperados ante los ataques auspiciados por la Monarquía Inglesa y otros reinos europeos. Sin embargo, las cifras de barcos que llegaron a puerto español desdicen esta versión romántica y falseada de la historia.La Flota de Indias se reveló como un sólido sistema casi sin fisuras.

«El sol luce para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo», aseguró el Rey francés Francisco I tras el tratado de Tordesillas, donde españoles y portugueses se repartieron el Nuevo Mundo con el beneplácito del Papa Alejandro VI. Y desde luego los dos imperios ibéricos –más tarde unidos por Felipe II– no estaban dispuestos a compartir su herencia. Es por ello que la Monarquía francesa y otros enemigos del imperio comenzaron a financiar la expediciones piratas contra los barcos que usaban los españoles para transportar las mercancías.

En 1521, piratas franceses a las órdenes deJuan Florin lograron capturar parte del conocido como «El Tesoro de Moctezuma», el grueso de las riquezas que Hernán Cortés envió a Carlos V tras la conquista de Tenochtitlan, abriendo toda una nueva vía para asaltos y abordajes. Sin embargo, los españoles aprendieron pronto a defenderse de los piratas franceses, a los que más tarde se unieron los ingleses y los holandeses, a través de impresionantes galeones, mucho más armados que los navíos piratas, y un sistema de convoys que, siglos después, serviría a las naciones aliadas en la Primera Guerra Mundialpara vertebrar su defensa contra los submarinos alemanes.

Entre 1540 y 1650 –periodo de mayor flujo en el transporte de oro y plata– de los 11.000 buques que hicieron el recorrido América-España se perdieron 519 barcos, la mayoría por tormentas y otros motivos de índole natural. Solo 107 lo hicieron por ataques piratas, es decir menos del 1 %, según los cálculos de Fernando Martínez Laínez en su libro «Tercios de España: Una infantería legendaria». Un daño mínimo que se explica por la gran efectividad del sistema de convoys organizado por Felipe II.

Así, el Monarca estableció por Real Cédula nada más llegar al trono las condiciones para asegurar un sistema de defensa naval inmune a los ataques piratas. El viaje de la Flota de Indias se efectuaba dos veces al año. El punto de partida se emplazaba en Sanlúcar de Barrameda, donde la flota realizaba las últimas inspecciones, y desde allí partía hacia La Gomera, en las islas Canarias.

Tras la aguada –recoger agua en tierra–, la escuadra conformada por unas 30 naves navegaba entre veinte y treinta días, en función de las condiciones climáticas, hasta las islas Dominica o Martinica(Centroamérica) donde se reponían los suministros. Durante todo el trayecto el convoy era encabezado por la nave capitana y los galeones mejor artillados se situaban a barlovento –donde sopla el viento– para proporcionar escolta al grupo. El objetivo general era que ningún barco se perdiera de vista o se desviara del rumbo en solitario. Y por la noche, los bajeles encendían un enorme farol a popa para servir de referencia al que tenían detrás.

El mito de la piratería inglesa: menos del 1 % de los galeones españoles fue apresado

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Pintura que a un galeón español defendiendose del ataque de dos galeras

El sistema de convoy español, cuyo teórico fue el capitán Menéndez de Avilés, sería copiado por Inglaterra y EE.UU. en las dos guerras mundiales. Pero la auténtica prueba de que cumplió con su proposito es que solo dos convoys fueron por completo apresados en toda su historia: la primera, en 1628, a la altura de Matanzas (Cuba), a manos del almirante holandés Piet Heyn; y una segunda vez en 1656.

¿Quedó herido el Imperio por la piratería?

Sin capacidad para atacar a la Flota de Indias o a los galeones de gran tamaño, la actividad de Francis Drake y de otros de su tallaje se limitó en la mayoría de casos a ataques contra indefensas poblaciones del Caribe. No en vano, el sistema defensivo de algunas poblaciones españolas era realmente deficiente y era fácil sacar partido de la incompetencia de los gobernadores locales. Por ejemplo, el 1 de enero de 1586, el citado Drake tomó la ciudad de Santo Domingodurante un mes y luego la incendio impúnemente.

Sin embargo, tras el desastre de la Armada Invencible Felipe II se tomó en serio el problema de la piratería y destinó ocho millones de ducados para nuevas naves y fortificaciones en el Caribe. Estas, como la inexpugnable Cartagena de Indias, fueron reforzadas por los mejores arquitectos del Imperio. Un esfuerzo logístico que aceleró la decadencia de este tipo de piratería, aquella financiada e impulsada en las sombras por países como Inglaterra, Francia o Holanda. Cabe recordar que, aunque personajes como Drake contaban con patente de corso, España no reconocía a estos piratas como consarios sino como piratas, puesto que actuaban en tiempos de paz.

Es por todas estas razones que el historiador Germán Vázquez Chamorro resta importancia a la influencia que pudo tener la piratería en el proceso de decandecia del Imperio español. En su opinión, los más famosos piratas encumbrado a la fama, sobre todo por la literatura y la propaganda inglesa, realmente atacaban barcos pesqueros o chalupasde escaso o nulo valor para la Corona española. De hecho, los enemigos de España prescindieron de aliarse con los piratas cuando descubrieron otros métodos para ganarle terreno a este imperio. Así, en los siglos XVII y XVIII, todas las naciones se conjuraron para perseguir y castigar sin piedad a los piratas.

Fuente: Diario ABC

“La mayoría de los hombres es mala”, Bías de Priene

Según William James, “al principio se tacha a las ideas nuevas y originales de absurdas; después se admite que son evidentes, pero se las considera insignificantes; por fin se reconoce su verdadera importancia… y los adversarios de ayer reivindican el honor de haberlas descubierto”. Los llamados «genios visionarios” no es sólo que se adelanten a su época, sino que, sobre todo, ponen en evidencia el retraso, la estupidez, la incapacidad de la mayoría.

Bombilla y velas

Embriones, a las puertas del paraíso

Umberto Eco escribió en 2005 este artículo acerca del tipo de alma presente en el embrión, según la visión de Santo Tomás de Aquino, «Embriones, a las puertas del paraíso». No hace falta decir que mantiene toda su vigencia:

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Recientemente, el politólogo y editorialista del diario Il Corriere della Sera, Giovanni Sartori, ha intervenido en términos filosóficos en la cuestión de los embriones y del inicio de la vida, citando ampliamente la posición denominada «creacionista» de Santo Tomás de Aquino.
Se trata de una posición que algunos autores laicos ya habíamos recordado (yo, por ejemplo, hablé al respecto en una columna mía de septiembre de 2000), pero que curiosamente nunca ha sido retomada en los ambientes fundamentalistas católicos.
La posición de Tomás (que en el curso de los siglos la Iglesia nunca ha negado expresamente, mientras que sí ha condenado la posición opuesta de Tertuliano) es la siguiente: los vegetales tienen un alma vegetativa, que en los animales es absorbida por el alma sensitiva, mientras que en los seres humanos estas dos funciones son absorbidas por el alma racional, que es la que hace que el hombre esté dotado de inteligencia y lo constituye en persona como «sustancia individual de una naturaleza racional».
Tomás tiene una visión muy biológica de la formación del feto: Dios introduce el alma solo cuando el feto adquiere, gradualmente, primero el alma vegetativa y, a continuación, el alma sensitiva. Solo entonces, en un cuerpo ya formado, se crea el alma racional (Suma teológica, I, 90). El embrión tiene solo alma sensitiva (Suma teológica, I, 72, 3 y I, 118, 2).
En la Suma contra los gentiles (II, 89) se dice que la generación es un proceso gradual, «a causa de las formas intermedias de las que el feto está dotado desde el principio hasta su forma final».
Y por eso, en el Suplemento a la Suma teológica (80, 4), se lee esta afirmación que hoy suena revolucionaria: «Tras el Juicio Universal, cuando los cuerpos de los muertos resuciten para que nuestra carne participe de la gloria celestial (momento en que ya, también según San Agustín, volverán a vivir en la plenitud de una belleza y una integridad adulta no solo los que nacieron muertos sino también, en forma humanamente perfecta, los engendros de la naturaleza, los mutilados, los concebidos sin brazos o sin ojos), pues bien, en esa «resurrección de la carne» no participarán los embriones, al no habérseles infundido todavía el alma racional y, por lo tanto, no ser «seres humanos».
Se puede decir que la Iglesia, a menudo de forma lenta y subterránea, ha cambiado tantas posiciones en el curso de su historia que podría haber cambiado también esta. Ahora bien, lo singular es que aquí estamos ante una tácita desautorización no de una autoridad cualquiera, sino de la Autoridad por excelencia, de la columna maestra de la teología católica.

071c_Santo_Tomas_de_Aquino_(L'Hermitage_San_Petersburgo_Rusia) Las reflexiones que nacen al respecto llevan a conclusiones curiosas. Sabemos que durante mucho tiempo la misma Iglesia Católica se ha resistido a la teoría de la evolución, no tanto porque parecía estar en contraste con el relato bíblico de los siete días de la creación (sobre esto ya estaban de acuerdo los comentaristas antiguos: la Biblia habla mediante metáforas y expresiones poéticas, y siete días podrían incluso querer decir siete millones de años), sino porque anulaba el salto radical, la diferencia milagrosa entre formas de vida prehumanas y la aparición del Hombre, porque anulaba la diferencia entre un mono, que es animal, y un hombre que ha recibido un alma racional.
Paulatinamente, la Iglesia no digo que ha sostenido pero sí admitido el darwinismo con tal de que se reconociera que, en la continuidad de la cadena de la vida desde el primer organismo unicelular hasta Adán, se introducía una rotura, el momento en que a un ser vivo se le otorga un alma inmortal.
Solo los fundamentalistas protestantes han seguido teniéndole horror a la hipótesis evolucionista (y algún que otro incalificable asesor de nuestro Ministerio de Educación, vista la propuesta de cancelar el darwinismo de los programas escolares).
Está claro que la batalla ciertamente neofundamentalista sobre la pretendida defensa de la vida, por la que el embrión es ya ser humano en cuanto que en el futuro podría llegar a serlo, parece llevar a los creyentes más rigurosos a la misma frontera de los antiguos materialistas evolucionistas de antaño: no hay una fractura (la que define Santo Tomás) en el curso de la evolución de los vegetales a los animales y a los hombres, la vida tiene toda el mismo valor.
Y, efectivamente, Giovanni Sartori, en su polémica, se pregunta si no se estará generando una cierta confusión entre la defensa de la vida y la defensa de la vida humana, porque defender a toda costa la vida en todos los ámbitos y con cualquier forma con la que se manifieste llevaría a definir como homicidio no solo derramar el propio semen con finalidades no procreativas, sino también comer pollos y matar mosquitos, por no hablar del respeto debido a los vegetales.
Conclusión: las actuales posiciones neofundamentalistas católicas no solo tienen un origen protestante (que sería lo de menos) sino que llevan a reducir el cristianismo a posiciones a la vez materialistas y panteístas, y a esas formas de «panpsiquismo» oriental por las que ciertos gurús viajan con una gasa en la boca para no matar a microorganismos al respirar.
No estoy emitiendo juicios de valor sobre una cuestión sin duda muy delicada. Estoy anotando una curiosidad histórico-cultural, una curiosa inversión de posiciones. Debe de ser la influencia del New Age.

Umberto Eco, escritor y semiólogo italiano, es autor de las novelas El Nombre de la Rosa, El Péndulo de Foucault, Baudolino; ha publicado en este año La misteriosa llama de la reina Loana. Traduccion de Helena Lozano Miralles.