Eduardo Galeano con lacajatonta.es

No soy muy fan de Galeano, pero aquí está bastante atinado:

«Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece».

El fantasma de los índices de audiencia

Mucha gente se habrá preguntado cómo se sabe que más de 25 millones de espectadores siguieron en su día la retransmisión de la boda de los Principitos, o quién mide los 5 millones que no se pierden cada semana tal o cual partido de fútbol. También a mi me picó la tarántula y esto es lo que he descubierto acerca de las maléficas audiencias, que tienen en pie de guerra a las cadenas.
 
Parece ser que desde abril de 2009 las mediciones se realizan a través de 4.500 audímetros, pequeños ordenadores conectados a los televisores de hogares de toda España, repartidos aproximadamente de la siguiente forma: 540 en Andalucía, 540 en Cataluña, 390 en Euskadi, 390 en Galicia, 450 en Madrid, 400 en Valencia, y así sucesivamente en proporción al número de habitantes de cada comunidad.
 
De este sistema se encarga TN Sofres y se emplea en todo el mundo. Esta empresa instala, controla y analiza los datos que generan 13.500 individuos y los pasa directamente a sus clientes, cadenas y anunciantes a cambio de un buen pico. Las familias seleccionadas –que se revisan cada cuatro años– reciben regalos a cambio de que indiquen, apretando un botón del mando, quién está viendo la televisión y qué programa en cada momento. Este proceso es naturalmente voluntario para las familias, con el fin de proteger su privacidad, pero también para asegurar una clientela adicta a la pequeña pantalla y unos resultados similares (de poco serviría un medidor de audiencia en casa de alguien que no frecuente la TV). En 1989 comenzó este alucinante sistema en España con unos 600 aparatos, luego fueron aumentando y adaptándose a nuevas realidades, como la televisión digital. Desde entonces, esos datos tan fácilmente manipulables han decidido el futuro de los programas y el mejor lugar para los anuncios.
 
Una cantidad tan reducida de aparatos y un sistema tan simple para medir los gustos de un país entero es un empeño que resulta absolutamente escalofriante, más si tenemos en cuenta que en todos los Estados Unidos sólo hay 12.893, y en China 14.164. Para hacernos una idea es como si revisaran el ascensor de nuestra finca cada cincuenta años. Pero así son las encuestas. Ellos dicen que esta cifra es suficiente, entre otras cosas porque es la única. Sofres hace un sofrito de información, pues dispone del monopolio de la audiencia, la empaqueta, la promociona convenientemente y la vende. Las familias son seleccionadas como tipos medios representativos de la realidad social o política, como grupos de opinión, realidad que se hace presente por televisión, de ahí que el reparto del tiempo para la publicidad y la programación se mida por volumen de espectadores. Es un buen ejemplo de que nuestros medios de comunicación y la empresa de los audímetros tratan al público como mera mercancía.
 
Más si tenemos en cuenta que entre las mediciones no se incluye a las televisiones por cable, las verdaderas televisiones privadas, pues las otras están totalmente subordinadas a las castas políticas, con lo cual se descarta conscientemente una parte de la sociedad susceptible de un mayor nivel económico y cultural, que elige, suscribe y paga la programación que prefiere, no la que aparece en antena cuando sintonice los canales, con el objetivo de que la telebasura y las programaciones más zafias figuren siempre entre las emisiones más seguidas. Otro dato revelador: el último Madrid-Barça dio en audímetros apenas un ridículo millón de espectadores, porque las mediciones no tienen en cuenta bares y otros establecimientos públicos. Y así sucesivamente.
 
Con lo cual podemos hacernos una idea del criterio de veracidad de los índices de audiencia publicados en esos mismos medios y de su nivel de credibilidad, sólo válido si consideramos a la población en tanto que “paquetes de clientes”, como gusta decir a los inversores. Y puede también llevarnos a una reflexión más honda acerca de conceptos repetidos hasta la saciedad, tales como interés general, voluntad popular o libertad de expresión, conceptos carentes de sentido o de significado en el mundo de hoy, y que se encuentran en la raíz misma del sistema democrático, por lo menos de la democracia representativa.
 
Evidentemente las mediciones son mentira, pero es verdad que la información sigue siendo aquí un mero producto.