En tiempos de la conquista de México, tres españoles escalaron un volcán de 5.500 metros de altura.
Una vez en la cumbre, uno de ellos bajó al cráter colgado por los pies y extrajo azufre para poder fabricar pólvora.
Se llamaba Francisco de Montaño. Él y sus dos compañeros de escalada, Larios y Mesa, subieron al cráter del volcán Popocatépetl por orden de Hernán Cortés.
Utilizaron unos simples clavos y cuerdas y vencieron al frío con cotas y mantas. Montaño bajó al cráter atado por los pies y logró un costal de azufre.
El propio Hernán Cortés puso en conocimiento del rey Carlos la hazaña. En la misma carta le solicitaba al rey que en el futuro sería más recomendable que enviará pólvora a Nueva España para no tener que acudir al volcán, pues ya era la segunda vez que se veían obligados a hacerlo.
¿Cuál fue la anterior? Enseguida lo sabremos.
El primero en subir en una anterior ocasión fue Diego de Ordás (o de Ordaz, natural de Castroverde de Campos, actual Zamora), quien también fue enviado por Hernán Cortés en 1519 a escalar el volcán Popocatépetl, muy activo hasta la fecha, en compañía de dos soldados para recoger azufre con el que elaborar pólvora (la imagen pertenece a la película mexicana Epitafio, inspirada en su aventura y estrenada en 2015). La principal diferencia está en que Montaño, además de conseguir el azufre como hiciera Ordás, ingresó en la boca del volcán para obtener mayor cantidad del mineral.
Así lo cuenta el cronista Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: “Y todavía el Diego de Ordás, con sus dos compañeros, fue su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir. Y parece ser, según dijo después el Ordás y los dos soldados, que al subir, comenzó el volcán de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán, y que estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de ahí a una hora, que insistieron que había pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que habría en el anchor un cuarto de legua, y que desde allí se veía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados.”