Simone de Beauvoir y la maternidad

Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, define la maternidad como un obstáculo para la vocación humana de trascender. Para salir de la dominación del hombre sobre la mujer, el feminismo existencialista propone sacar a la mujer de su destino biológico, rechazando la maternidad, que se nos revela sobre todo como “una tara” que debe ser superada. Ser madre constata la supeditación de la mujer a la especie y a la naturaleza. La mujer como prisionera, afirmaba la autora, de un cuerpo que menstrua, procrea, se embaraza y pare. Un cuerpo que, en definitiva, la traiciona. Mientras que el hombre queda libre de este destino, ya que sus atributos genitales no obstaculizan su experiencia individual. Para la autora, la maternidad no es una gracia sino una servidumbre:

«El hombre ha logrado sojuzgar a la mujer, pero en esa medida la ha despojado de lo que hacía deseable su posesión. Integrada en la familia y la sociedad, la magia de la mujer más se disipa que se transfigura; reducida a la condición de sirviente, ya no es esa presa indomada en la cual se encarnaban todos los tesoros».
“Todo el organismo de la mujer está adaptado a la servidumbre de la maternidad y es, por tanto, la presa de la especie”.

¿Y cómo se libera la mujer de esa servidumbre? Por medio del trabajo:

“Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa”.

¿Y cuál es el sistema social y político ideal en el que la mujer se libera mediante el trabajo? La Unión Soviética:

«Es en la URSS donde el movimiento feminista adquiere la máxima amplitud. Son las resistencias del viejo paternalismo capitalista las que impiden en la mayoría de los países que esa igualdad se cumpla concretamente: Se cumplirá el día en que esas resistencias sean destruidas. Ya se ha cumplido en la URSS, afirma la propaganda soviética. Y cuando la sociedad socialista sea una realidad en el mundo entero, ya no habrá hombres y mujeres, sino solamente trabajadores iguales entre sí“.

Escribía Chesterton en Lo que está mal en el mundo que el feminismo descubrió un día que la mujer estaba sometida a una feroz tiranía, pero en lugar de destruir la tiranía, se propuso destruir a la mujer. Y lo hizo reprimiendo sus plurales vocaciones, hasta convertirla en una infeliz especialista, aceptando una visión de las relaciones humanas y una ideología política que vienen definidas por una falta de perspectiva histórica y por unas taras personales que resultan abrumadoras, lo cual da lugar a contradicciones estériles: liberarse de la función biológica femenina de la maternidad para esclavizarse con el rol social masculino del trabajo; liberarse de la naturaleza para servir al socialismo; liberarse de la familia para someterse al Estado.

Las anarquistas como Emma Goldman, en cambio, son otra historia. ¿Cuántos peones más necesita el sistema para que sigamos considerando el colectivismo igualitario una doctrina dignificadora y edificante?

 

@RafaelGonzalo