En el pasado se vencía al enemigo por la fuerza, por estrategia militar, por perseverancia, destreza, diligencia, etc, y, dentro de la crueldad y violencia que entrañaba, había cierta nobleza en ello, pues ambos bandos tenían la oportunidad de medirse.
Ahora se doblega al rival haciéndole sentir culpable, no ya porque sus actos sean reprobables, sino por su misma existencia o su forma de ser (por ser hombre, blanco, heterosexual, europeo, cristiano y otros privilegios que van surgiendo) o por crímenes imaginarios (patriarcado, racismo, xenofobia, homofobia, machismo, etc) y de ese modo el rival se humilla solo. Ni siquiera se le da opción de defenderse.
Hemos pasado de una ética de la justicia a una moral del victimismo, de las virtudes masculinas a los defectos y excesos femeninos.