Los michelines ya no son lo que eran

En un concurso organizado en el año 2000 por Financial Times, Bibendum, el muñeco de Michelin, se batió con otros 25 iconos de marcas, entre los que figuraban algunos tan conocidos como el incombustible conejo de Duracell o Tony, el tigre zampacereales. Un jurado de expertos eligió a Bibendum como el mejor icono publicitario del siglo XX, el monigote más popular y querido de los anuncios.

El muñeco de Michelin, nació en 1898 como imagen corporativa de la marca. Al principio, el orondo personaje era un crápula, un ser pendenciero e irreverente. Fumaba como un carretero, bebía con ceremonia, alzando su copa llena de tornillos y cristales (haciendo honor al origen de su etílico nombre, nunc est bibendum), y en la mesa no se privaba de nada. Hoy, 114 años después, los publicistas de Michelin han adaptado a los nuevos tiempos la fisionomía, los atributos y hasta los hábitos del simpático gordinflón que dio nombre al exceso de grasa en la barriga, hasta convertirlo en un tipo amable, solidario, saludable y muy ecológico. Como dicen los publicistas “la gran virtud de la publicidad es saber adaptarse al espíritu de la época, mantener el contacto con el presente”. Quién sabe, el día menos pensado quizá podamos encontrarnos con el bueno de Bibendum, armado con tacón de aguja, medias y liguero, saliendo alegremente del armario de las bujías…

«Nuestro primer recuerdo es a los tres años y cuatro meses»

Entrevista a Martin A. Conway, investigador de la memoria. Ha sido profesor en la UIMP Barcelona

Tengo 60 años y empiezo a lograr un nivel óptimo para mi bienestar al usar mi memoria: su fidelidad a los hechos es cada vez más irrelevante. Nací en Darlington, Inglaterra. Investigo y enseño en la Universidad de Leeds. Para aprender, el arte y la ciencia son igual de necesarios.

Cuál es su primer recuerdo?
Juego a fútbol en el jardín.

¿Cómo sabe que sucedió?
No sé. Nadie sabe si lo que recuerda sucedió en realidad. Tal vez sí jugué o tal vez oí un día a mi madre: ‘Martin de niño jugaba a fútbol en el jardín’, y me imaginé a mí mismo jugando a fútbol. Esa imagen sería falsa; pero el recuerdo, no.

¿Hay algún modo de distinguir en un recuerdo lo real de lo imaginado?
No, porque la verdadera función de la memoria no consiste en recordar lo real.

Entonces, ¿para qué nos sirve?
Para darnos identidad y construir nuestro yo. Si el recuerdo es real o no es secundario.

¿Un recuerdo falso es igual de útil?
Sirve también para forjar esa identidad propia que nos permite interactuar con otros yo y así poder cooperar y sobrevivir.

¿Pero usted se ve a sí mismo jugando?
En nuestro recuerdo evocamos una imagen de nosotros mismos no siempre veraz.

¿Nos recordamos más guapos?
Nuestra imagen en un recuerdo suele ser mejor que la real, pero sobre todo es coherente con lo que creemos ser. Si me creo guapo, en el recuerdo seré más guapo de lo que era; pero si me creo feo, pero listo, me recordaré así más que como era en realidad.

¿Por qué recordamos unas cosas y otras no?
Recordamos los episodios consistentes con el conjunto de nuestro discurso biográfico, que es el que consolida nuestra identidad.

¿Eres lo que recuerdas de ti mismo?
Construimos nuestra memoria e identidad a la vez y al hacerlo también limitamos y enmarcamos lo que llegaremos a ser. Recordamos en el presente nuestro pasado y al hacerlo también prefiguramos nuestro futuro.

¿Cómo?
Si me recuerdo jugando a fútbol ya prefiguro una identidad de fuerza física. Si, en cambio, prefiero evocarme jugando al ajedrez, me construyo una identidad más reflexiva.

¿Cómo sabe todo eso?
Experimentamos. Por eso, sabemos que el primer recuerdo de los individuos de sociedades individualistas es más temprano que el de sociedades más gregarias.

¿El primer recuerdo de los japoneses es más tardío que el nuestro?
En Occidente nuestro primer recuerdo evoca un episodio biográfico sucedido de promedio a los tres años y cuatro meses. En cambio, el primer recuerdo de los asiáticos suele referirse a episodios de los cinco años.

¿De antes no recordamos nada?
Constatamos que un niño de seis años, por ejemplo, recuerda episodios anteriores, pero luego los olvida y, a los 10 años, cuando le preguntas por un primer recuerdo, evoca uno de los tres años y cuatro meses.

Es fascinante.
Asia y Occidente siguen estrategias bioevolutivas de cooperación diferentes. La madre occidental habla a su hijo como individuo -así ya le inicia el yo- antes que la asiática.

¿Cuándo empezamos a tener yo?
A los 24 meses sucede algo en nuestro cerebro que nos permite empezar a reconocernos como yo en el espejo. Así arranca el proceso que nos permitirá distinguir entre el yo sujeto y el mí objeto, Y llegamos a distinguirnos poco a poco en el Yo muerdo, pero también en el A mí me mordían.

¿La memoria varía según la lengua?
Los bilingües, cuando piensan en su primera lengua, tienen un primer recuerdo anterior al que tienen si piensan en la segunda.

¡Es verdad! ¿Y por qué?
Está relacionado con el momento de aprendizaje de las palabras. Porque la palabra es la llave del recuerdo. Le diré una palabra y dígame qué le sugiere: Restaurante. ¡Pero no se lo piense! Diga lo que se le ocurra…¡Ya!

¿Restaurante? Me dormí en una cena.
Si puede evocarlo es porque conoce la palabra restaurante. Un niño no recuerda algo hasta que aprende la palabra llave con la que clasifica ese recuerdo. Antes también almacena recuerdos, pero no podrá evocarlos hasta que no aprenda su palabra llave.

Sólo puedes evocar haber ido en bici desde el día que aprendes a decir bici.
Por mucho que antes ya fueras en bici.

¿Por qué contamos nuestra vida?
Porque disfrutamos contándola: la naturaleza nos gratifica con oxitocinas cuando explicamos -y nos explicamos otra vez- nuestra vida a alguien y de ese modo también haremos que los demás nos cuenten la suya. Es una estrategia de cooperación.

Si es que te dejan meter baza.
…Por eso, la cultura -escuchar es educado- refuerza esa tendencia cooperativa.

Leí que hablar de uno mismo activa los mismos circuitos de placer que el sexo.
Cierto, pero, además, ese placer para el ego dura más que el del sexo.

¿Por qué los viejos pierden memoria?
En realidad no es que la pierdan. Lo que sucede es que, con los años, aprenden a disfrutarla más y mejor que los jóvenes.

¿En qué sentido?
Son expertos en utilizar su memoria para maximizar su bienestar. Han aprendido a seleccionar qué prefieren recordar y a reinterpretarlo eliminando las incongruencias de lo sucedido con la imagen que se han construido de sí mismos. No es que se mientan: es que saben cómo contarse qué pasó.

A veces la memoria de los mayores también coincide con los hechos.
Sólo a veces y sólo en parte, afortunadamente. Por eso, cuantos más años tienes, más disfrutas contando tu -y subraye ese tu- vida. Y cada vez más a tu manera.

 

Fuente: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20120709/54323042797/la-contra-martin-a-conway.html

El experimento de Joshua Bell

Un experimento realizado durante la hora punta en el metro de Washington demostró que la belleza y el talento artístico pueden pasar completamente desapercibidos para la mayoría de la gente, por lo menos de la gente que pasa a diario por el metro de Washington. Un virtuoso del violín, Joshua Bell, tocó en el subterráneo algunas composiciones de los principales músicos clásicos del mundo, a la manera de un artista callejero. La prueba consistía en verificar cuántas personas se sentirían atraídas por sus notas, interpretadas con un violín Stradivarius de 1713, uno de los instrumentos más valiosos del mundo, y cuánto dinero recaudaría el intérprete. Aun teniendo en cuenta que no se trataba del mejor lugar para dar la nota y que la gente suele circular bajo tierra con la hora pegada al culo, los expertos pronosticaron que el violinista recaudaría unos 150 dólares, rodeado de sensibles viajeros que se detendrían a escucharle absortos por la música. Sin embargo eso no ocurrió. En 43 minutos, sólo 27 personas le dieron dinero, un total de 32 dólares. Nada que ver con lo que recauda en los conciertos, en los que cada butaca cuesta como mínimo 100 dólares.
El experimento lo organizó el diario The Washington Post como parte de un estudio social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente. Las líneas generales eran: En un entorno común a una hora inapropiada, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
A mi me parece que este tipo de experimentos no demuestran absolutamente nada, pero sí que tienen gracia, y por eso lo menciono.