Aprovecho las recientes entrevistas de todos estos ineptos y sinvergüenzas que gestionaron la pandemia, para desempolvar este texto que tal vez se me pasó entonces, con el asunto candente y cuando nos íbamos a morir todos:
Entre todas las vacunas que se han venido empleando desde hace décadas (tos ferina, difteria, tétanos, sarampión, rubeola, hepatitis, meningitis, tuberculosis), nunca había oído hablar de ninguna que propague el virus masivamente incluso después de la vacunación.
Antes de esto, tampoco habíamos oído hablar de recompensas, descuentos, pasaportes o incentivos para vacunarse. No hubo discriminación para aquellos que no lo hicieron. Si no estabas vacunado, nadie intentó hacerte sentir mala persona y culpable de propagar la muerte.
Por primera vez que se recuerde, la ineficacia de una medicina se achaca a aquellos que no la tomaron.
Nunca se ha visto una vacuna que amenace la relación entre familiares, compañeros y amigos, ni que permita a un niño de once años reemplazar el consentimiento de sus padres.
Nunca se utilizó una vacuna para denigrar los medios de vida, trabajo o colegio. Tampoco que discrimine, divida y juzgue a una sociedad.
Sin duda es una vacuna poderosa. Puede conseguir todas estas cosas mencionadas, excepto la inmunización.
Si aún necesitamos varias “dosis de refuerzo”, obtener pruebas negativas de test poco fiables cada pocas semanas, seguir protegiéndonos con mascarillas, confinarnos y mantener la distancia social, ser hospitalizados y quizá morir después de haber sido totalmente vacunados, tal vez llegó el momento de admitir que nos han engañado por completo.
Desde el momento en que un gobierno vulnera derechos fundamentales basándose en su particular visión y tratamiento de una emergencia puntual, aplicando medidas incongruentes y arbitrarias, siempre creará una emergencia o una crisis para justificar cualquier otra vulneración de derechos.
Lo sensato es aceptar los beneficios de estas vacunas, contrastarlos con sus riesgos y actuar en consecuencia. Queda acreditado que tienen un efecto positivo en rebajar la gravedad de la infección en los grupos de riesgo, de modo que evita una mayor mortalidad en los mayores de 70 años y en población inmunodeprimida, pero más allá de esto –como vacunar a los niños–, ya es asunto de fe, ni reducen los contagios ni han logrado la inmunidad que prometía. A los únicos que inmunizan es a los fabricantes, que no se hacen responsables de los efectos adversos de su producto ni aunque los aspen.
Y la impresión general es que si prometían inmunidad y negaban los efectos adversos era por un motivo puramente comercial, pues de lo contrario no habrían tenido la misma aceptación, y para no rendir cuentas, eso es lo que genera desconfianza hacia los laboratorios.
¿Pero por qué mienten continuamente políticos y laboratorios si tienen un buen producto entre manos para ofrecer a la población?
Lo que veo difícil de tragar no son las vacunas –que cada uno decida–, a lo que renuncio es a la incongruencia del discurso político, el oportunismo de los laboratorios, la codicia de los medios y su empeño en sembrar la cizaña y la discordia. Después quedan espacios fronterizos y confusos en los que no veo por qué no pueden aceptarse distintas posturas.